miércoles, 9 de noviembre de 2011

una maleta y un diario de viaje, capitulo 2

Después de dejar atrás la cochambrosa estación de tren de Nóvgorod me escurro entre las callejuelas de la pequeña ciudad rusa. Es distinta a todo lo que he visto, las calzadas son de piedras planas y una especie de automóviles cubiertos recorren las calles sintiéndose los dueños de la ciudad. A cada lado de la calle pequeñas tiendas con un minimalista cartelillo escrito con la palabra abierto sobre el cristal de la puerta te seducen dulcemente con la intención de hacerte entrar. A lo largo de la acera una hilera de farolas una detrás  de otra como hormigas de vuelta al hormiguero iluminan los portales de las casas. Calles y calles se cruzan formado un entramado de distintos laberintos unidos entre sí por pequeños establos de rojos tejados picudos coronados con veletas en forma de animales. Giro a la derecha y me meto en un callejón sin salida. Cuando me doy la vuelta para volver atrás un gato negro con una bonita mancha en el lomo con forma de sombrero de copa me arrebata el diario de las manos. Cuando reacciono para correr detrás de él ya se había esfumado.
Maldigo en todos los idiomas al felino y después de buscar por todo el callejón me resigno y doy media vuelta.
Empieza a hacer frio y me doy cuenta de que no tengo sitio donde dormir. recorro las calles buscado una pensión, al coger del tren tenia las ideas bastante claras y pagar una habitación no entraba en mis planes, asique no llevo mucho encima... tendré que buscar una pensión lo suficientemente barata como para poder quedarme una semana.
Recorriendo la ciudad doy de bruces con una pensión bastante interesante, parece muy cara pero no puedo resistirme a entrar. Abro la puerta y una campanilla resuena delatando mi fugaz vistazo. Es espectacular, las paredes están llenas de cuadros surrealistas y cada fondo es de un color diferente, la entrada esta dulcificada por un pequeño juego de sofás de terciopelo azul y amarillo, una mesa con las patas de madera talladas en forma de hiedra y solamente decorada con el veteado de la madera, sin color alguno. Al pasar cerca de los sofás alargo la mano y rozo uno de ellos con la mano. ¡Un chispazo! no lo sé, tal vez hayan sido imaginaciones mías pero al rozar la tela he notado un ligero calambre, una especie de aviso.
Me acerco al mostrador, desde el, un recepcionista me observa con la cara desencajada por el asombro. No se me ocurre otra cosa por la que preguntar y seria de mala educación salir ahora por la puerta, asique le pregunto al muchacho cual es el precio de las habitaciones. La respuesta me asombra, ¡son ridículamente baratas! 
No me lo pienso dos veces y le pido las llaves de una de las habitaciones, a poder ser del último piso. Me da la llave y cuando me dispongo a pagarle rechaza el dinero y me dice que la primera noche no cuesta. Extrañada por el episodio que acabo de vivir subo a mi habitación por las escaleras. Me doy cuenta de que están llenas de cuadros, pero no como los de la entrada, sino retratos de elegantes hombre todos con sombrero y paraguas negro. Uno de los marcos me llama la atención, tiene las esquinas rematadas de extraños sellos con la forma de un sombrero de copa, la misma que la del lomo del gato negro.
Llego a la habitación y si mirar más me meto en la cama. Llevo todo el día caminando de un lado para otro. Me duermo en cuestión de segundos, pero un ruido me despierta. Al alargar la mano para encender la luz de la mesilla me topo con un bulto. Enciendo la luz y allí estaba, encima de la mesilla, mi desaparecido diario de viaje.

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