El recuerdo de las briznas de hierba aleteando a mi alrededor, empujadas por el suave bamboleo de la brisa vespertina, aligera el peso de mis piernas hasta prácticamente dejar de sentirlas, pensando solo en el choque del viento contra mi cara, un viento fresco y suave de primavera, el mismo que el año pasado me dejo demasiado temprano, el mismo que vino sucedido por el húmedo de otoño, dejándome a merced de la niebla. Pero ya llego, de nuevo, marcándome el inicio del renacer de las pequeñas florecillas de los arbustos que recorren las orillas del camino del rio, eliminando la monotonía de los meses anteriores.
Esto y mucho mas es lo que me saca de casa todas las tardes, primavera, verano, otoño, invierno. No importa el día, la hora o el tiempo. Es una acción dada por la necesidad de evadirse del mundo, de olvidarse de los prejuicios, tener mente fría y pensar claramente. El caprichoso paso del tiempo ha actuado dándome la capacidad de correr de manera mecánica, sin pensarlo, solo sentirlo. Teniendo el cuerpo ocupado la cabeza es libre.
Corazón de piedra, así es como lo llamo. Puedes pensar o no hacerlo, pero tienes la seguridad de que el corazón no podrá intervenir, nada de sentimientos, ilusiones o deseos. Solo pensamientos.
Al cabo de un tiempo, no sé si mucho o poco, empiezo a notar los acusados efectos del cansancio. Después de dejar de prestar atención al cuerpo todo el cansancio me golpea, como un mazo de acero.
Me doy la vuelta de regreso a casa. Aunque el cuerpo me pesa me olvido como puedo y solo pienso en mover las piernas rápido, muy rápido. La velocidad me recuerda el sentimiento de evasión que tanto aprecio.
Porque la velocidad solo puede ser un modo de vida. Porque puede ser mi modo de vida
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